Ya ha pasado más de un año desde el comienzo de la invasión de Rusia a Ucrania. Durante todo este tiempo, la opinión pública alemana y la mayoría de los partidos políticos ha manifestado un apoyo casi absoluto al gobierno de Wolodimir Selenski a través de acciones muy concretas como el envío de armamento por un valor que sólo en 2022 llegó a los 2,2 billones de Euros, diez paquetes sucesivos de sanciones económicas a las importaciones rusas y la recepción de más de un millón de refugiadxs ucranianos, por nombrar sólo algunas de las más significativas. [1] Sin embargo, esa homogeneidad ha comenzado a presentar sus primeras señales de agotamiento. Muy lentamente y desde perspectivas políticas distintas, las negociaciones diplomáticas empiezan a perfilarse como el único mecanismo a través del cual es posible desarticular una conflagración que, en términos militares, no tiene otro desenlace posible que el de convertirse en una catástrofe humanitaria.
La opinión de que esta guerra es una expresión de intereses interimperialistas, que muy poco tiene que ver con la solidaridad y autodeterminación de los pueblos ya fue manifestada por el Bloque Latinoamericano desde el comienzo mismo del conflicto, por cierto, en un clima signado por un furor belicista mucho más intolerable que el que impera actualmente.[2] Si hoy retomamos el tema no es para señalar con autocomplacencia el acierto de esa intuición política, ni para ofrecer un repaso exhaustivo de las causas y el desarrollo del enfrentamiento. Se trata, en cambio, de una lectura ideológica del conflicto geopolítico y la coyuntura actual en Alemania que por haber sido elaborada al calor de la praxis política de una organización popular y migrante en el corazón mismo del imperio busca aportar algunos elementos al debate entre las izquierdas alemanas y europeas sobre el cual trazar una línea de acción concreta.
El gobierno alemán en la encrucijada
A pesar de que sólo una semana después del estallido de la guerra el canciller Olaf Scholz (SPD) autorizara un presupuesto extraordinario de 100 billones de Euros para el ejército alemán y de que se haya dejado fotografiar con una sonrisa triunfante junto a los tanques de guerra que durante los últimos meses ha enviado al frente de combate, el gobernante se encuentra, en realidad, bajo una gran presión política y frente a un profundo trastocamiento de los intereses geopolíticos establecidos en su propio partido durante los últimos cincuenta años. En efecto, el esfuerzo histórico que la socialdemocracia ha llevado a cabo por cultivar relaciones internacionales con los países del Este se remonta a la “nueva política oriental” [neue Ostpolitik] pergeñada durante los setenta por Willy Brandt (SPD). Durante las últimas décadas luego de la caída del muro, el acercamiento al Kremlin fue profundizado por distintas figuras prominentes del partido como el excanciller y amigo personal de Putin, Gerhard Schröder, Manuela Schwesig a través de su apoyo al Nord-Stream-Pipeline y Frank-Walter Steinmeier, actual presidente de la república [Bundespräsident] y ministro de asuntos exteriores durante el último gobierno de Merkel, que acuñó el lema “entrelazamiento e integración” [Verflechtung und Integration] y jugó un rol fundamental en las alianzas comerciales por los hidrocarburos rusos.
A Scholz le toca, entonces, maniobrar un proceso de profunda reconfiguración geopolítica, dentro y fuera del SPD, con un conflicto bélico a mil kilómetros de distancia de la puerta de Brandemburgo. Pero no son únicamente los intereses económicos norteamericanos por introducir el gas líquido en Europa y la ambición geopolítica de la OTAN los factores externos que arrastran a Alemania hacia el frente de guerra. La imagen de un canciller perplejo y vacilante que ha sabido instalarse en la opinión pública se debe, además, a la presión interna sobre Scholz producto de los intereses políticos y económicos de lxs liberales (FDP) y el partido verde (Die Grüne). Son, sobre todo, lxs miembros de este último, torpes herederos de un legado pacifista y ecologista, lxs más fervientes impulsores de la exportación de armas y de la implementación de sanciones económicas a la economía rusa. “¡Luchamos una guerra contra Rusia!” exclamó enardecida, la ministra de asuntos exteriores Annalena Baerbock en la conferencia del consejo europeo celebrada en Straßburg el 24 de enero pasado, ocasionando con ello un escándalo internacional que obligó a su propio ministerio a tener que aclarar ante Rusia y el resto de los países que Alemania no está en guerra.
Ampliando la perspectiva vemos que la situación del gobierno alemán y Europa es el resultado de una confrontación económica y bélica a nivel geopolítico en donde los principales bloques imperiales (EUA, Europa y China) se disputan la hegemonía global. Un signo de esa tensión se manifiesta en la carrera armamentista que se ha venido desarrollando recientemente en el viejo continente.
Según un estudio del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) [3], en los cinco últimos años (2018-2022), las importaciones europeas de armas aumentaron un 47% en comparación con los cinco años anteriores. A nivel mundial, en cambio, las cifras cayeron un 5%. La compra de armamento, ya sea producido en Europa o importado de otras regiones (principalmente de los EUA), implicó un aumento sistemático del gasto militar de la región mucho antes del estallido de la guerra en Ucrania [4]. Eso demuestra que las empresas europeas y sus gobiernos concebían un escenario de confrontación armada con Europa en el centro.
Otro dato significativo vinculado a esta carrera armamentística, señala que Oriente Medio se ha convertido en 2022 en la primera región del destino de las exportaciones de armamento, con el 32% del total mundial [5]. Esa información es completamente coherente con el modo en que las potencias imperialistas se disputan el control político y económico de ese lugar del mundo. Desde el 2011, en efecto, la confrontación en Siria entre sectores apoyados por Occidente y otros apoyados por Rusia ha destruido completamente al país generando una crisis humanitaria de proporciones globales. Del lado de los exportadores, los cinco principales países siguen siendo Estados Unidos (40%), Rusia (16%), Francia (11%), China (5%) y Alemania (4%). De este modo, el mapa del flujo de armamento se condice casi perfectamente con el de la colisión entre los intereses de las principales potencias mundiales. Es evidente que la OTAN y Europa se estaban armando y preparando para un conflicto como el que hoy vivimos. Esta guerra no ha tomado a los gobiernos occidentales por sorpresa. Desde una perspectiva histórica, la genealogía de la coyuntura actual se remonta, en realidad, al momento en que EUA declaró la guerra global contra el terror [global war on terror] para justificar sus planes de invasión en Irak y Afganistán y reposicionarse, de ese modo, en la confrontación hegemónica con China.
Que la citada declaración de Baerbock parece haber sido menos un desliz, que un acto fallido que delata los planes implícitos de su partido, lo sugiere el apoyo sistemático demostrado por los verdes (Die Grüne) a las sanciones económicas aplicadas a Rusia. Esas medidas han perjudicado, sobre todo, a lxs trabajadorxs tanto en la UE como en Rusia. Ellas consisten, básicamente, en la interrupción de las importaciones de hidrocarburos que, al ocasionar un encarecimiento de los combustibles, ha repercutido especialmente en los precios de los alimentos y en los costos de energía para calefacción. Según un estudio de la fundación Hans-Böckler la inflación ocasionó en 2022 una pérdida del salario real del 4,7%. [6] Pero esas cifras no parecen preocupar al ministro de economía Robert Habeck (Die Grüne), quien presentó recientemente un proyecto de ley por el cual espera prohibir todas las calefacciones que funcionan con gas y aceite para 2024. Supuestamente para incentivar la transición a las energías“renovables”, curiosamente las condiciones extractivistas bajo las cuales son producidos algunos de esos insumos alternativos al gas ruso, como el carbón colombiano o el litio de Bolivia, no representan ningún tipo de contradicción moral, ni ideológica para el ministro de economía y prevención del cambio climático. Más allá de esas desastrosas consecuencias ambientales, la ley de Habeck representaría enormes costos en infraestructura y de reacondicionamiento en las viviendas que, como es evidente, recaerían en última instancia sobre los hombros de lxs trabajadorxs o las arcas públicas.
La izquierda alemana y la primavera de las incertidumbres
El año pasado, los lemas “el otoño caliente” [heißer Herbst] y “el invierno de rabia” [Wutwinter] llegaron a transformarse en consignas muy populares que anunciaban un inverno plagado de manifestaciones y luchas sociales. A pesar de las alianzas conformadas por grupos de izquierda y de algunas huelgas sindicales importantes como las de Ver.di (servicios públicos) y EVG (transporte y ferrocarriles), el gobierno implementó de forma relativamente satisfactoria distintos paquetes de subsidios por un valor de 95 billones de euros y logró, hasta ahora, contener el estallido social producido por la crisis económica. [7]
Sobre la base de esas tensiones contenidas, la imperiosa necesidad de iniciar las negociaciones diplomáticas en Ucrania parece empezar, lentamente, a ser reconocida por algunos actores políticos y periodistas que se animan, de forma aún cautelosa, a cuestionar la hegemonía del discurso belicista. Una de las primeras voces disidentes ha sido la de Sahra Wagenknecht (Die Linke), quien junto a una de las principales referentes del feminismo alemán de la década del setenta Alice Schwarzer escribió un manifiesto por la paz, llamando a una movilización a fines de febrero que logró convocar a amplios sectores de la sociedad y distintas incitativas civiles que aspiran a transformarse en un movimiento por la paz [Friedensbewegung]. [8] Otra convocatoria al armisticio fue elaborado más recientemente por el historiador Peter Brandt, hijo del célebre socialdemócrata Willy Brandt, y firmada por históricas figuras del SPD y los sindicatos. [9] Durante las últimas semanas, aunque de modo aislado y esporádico, diferentes medios de comunicación de corte progresista han publicado notas de opinión con señalamientos críticos respecto al envío indiscriminado de armamento y las desastrosas consecuencias de la prolongación del conflicto. Ahora bien, ¿por qué han demorado tanto tiempo estas voces en manifestarse? ¿Por qué razones, la izquierda alemana se ha comportado como paralizada ante el estallido de una guerra dentro de las fronteras de Europa? ¿Que argumentos han imperado para evitar que surjan voces alternativas?.
Desde el comienzo de la guerra y de un modo curiosamente similar al de la derecha abiertamente imperialista, diversos sectores progresistas y de izquierda presentaron el conflicto armado como una avanzada imperialista sobre un país dependiente. Sobre esa base, han promovido un apoyo incondicional y generalizado al país agredido en nombre de la libre autodeterminación de los pueblos y en contra de los intereses imperiales rusos. Sin embargo, analizando el conflicto más en profundidad y a pesar de que es cierto que Ucrania es un país dependiente, no es del todo legítimo comparar la lucha actual de esa nación con la de los clásicos ejemplos de países (principalmente de África o Asia) enfrentando a las potencias imperiales europeas por su autonomía durante el Siglo XX. Incluso si adoptáramos el análisis clásico de la autodeterminación de los pueblos, desarrollado por Lenin y defendido por lxs bolcheviques y otras fuerzas de izquierda a principios del Siglo XX, para poder hablar de una guerra de liberación en el caso de Ucrania deberíamos posicionarnos tanto en contra de las fuerzas de la OTAN, como de los intereses de Rusia. [10]
La torpe interpretación de la libre autodeterminación de los pueblos hecha por algunos sectores progresistas desconoce el orden cronológico de los hechos. Previamente a la invasión rusa, fueron la OTAN, las elites y los partidos políticos Occidentales los que aproyaron a grupos, partidos y gobiernos conservadores y neofascistas en Ucrania. En efecto, durante el proceso de mayor ruptura política e institucional en ese país desde la caída de la Unión Soviética que se inició en 2014 y recibió el nombre de Euromaidan, los grupos políticos y paramilitares de extrema derecha tuvieron profusos y públicos vínculos con los poderes occidentales y sus instituciones. En esa oportunidad los países occidentales financiaron, organizaron y apoyaron a los sectores neofascistas con el objetivo de obligar a Ucrania cerrar acuerdos con la UE y el FMI, alejándola de la esfera de influencia de Rusia. Esta rebelión no solo catapultó a algunos de esos grupos como Swoboda y Sector Derecho a la fama internacional, sino que, además, abrió las puertas al conflicto armado que persiste hasta nuestros días. [11] No es ni histórica, ni políticamente correcto comparar el conflicto actual en Ucrania con otras guerras de liberación como las de Vietnam o Cuba que despertaron amplias campañas de solidaridad y apoyo internacional, ya que en estos casos es imposible correr la mirada del factor imperial de los países de Occidente. Siendo la principal diferencia en esos casos la existencia de un agresor hegemónico, los EUA, y de fuerzas populares y de izquierda luchando por romper la dominación colonial.
La historización del conflicto ucraniano enseña que la guerra no estalló cuando el ejercito ruso cruzó la frontera, y que es insuficiente solo orientar las miradas críticas al polo de poder en Moscú, ya que este es, en realidad, un poder regional o sub-imperial, con influencia solo en áreas cercanas a su frontera y con escasa influencia en otras regiones del mundo, mientras que los EUA y la OTAN son los verdaderos detentores de una hegemonía global. La cuestión aquí no radica en elegir bandos o representar a los poderes como buenos o malos, sino de entender como funciona la ingeniería imperial a escala global. Y a su vez, cuales son los actores que tienen el poder de definir el tablero donde se disputa la hegemonía global.
En este contexto las palabras de Trotsky ante la Conferencia de Zimmerwald resultan extrañamente contemporáneas y nos alertan sobre la continuidad histórica de concesiones y capitulaciones de parte del progresismo: “Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. La verdad es que, de hecho, ellos entierran bajo los hogares destruidos, la libertad de sus propios pueblos al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones. Lo que va a resultar de la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el proletariado de todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que soportarlas.” [12]
Quienes hoy desde la izquierda o el progresismo promueven el avance de las tropas ucranianas como una forma de defender el derecho de los pueblos a la libertad y la democracia, ocultan deliberadamente el carácter neoconservador y neoliberal del gobierno de Selenski y el estado previo de semicolonia de Ucrania para no tener que aceptar que sus intenciones abrigan deseos imperialistas y un apoyo irrestricto a la política militarista de la OTAN.
No debemos sorprendernos de este discurso belicista de algunos sectores de la izquierda y el progresismo europeo, ya que en realidad manifiesta una continuidad histórica lamentable que es importante no perder de vista. En efecto, es necesario recordar que ya en 1914 los partidos socialdemócratas aprobaron y promovieron los esfuerzos bélicos que desencadenaron y fomentaron el inicio de la Primera Guerra Mundial. Al final de esa contienda que parió el nuevo siglo, no solo se contaban cadáveres por decenas de millones, sino que también el naciente y primer Estado obrero del mundo se debatía entre una posición guerrerista y una que buscaba la paz a toda costa. Fue Lenin en ese momento como jefe del gobierno Soviético, quien resolvió esa tensión en favor de la paz, planteando que continuar con una guerra imperialista, solo retrasa la posibilidad de mejorar las condiciones para los sectores populares y trabajadorxs de los países envueltos en el conflicto. Esta postura le valió en su momento el rechazo de grandes sectores de la izquierda tanto dentro de su partido, como por fuera de él. Sin embargo, el tiempo demostró que fue precisamente la paz el factor clave que permitió la supervivencia no solo de la República Soviética, sino también el inicio de procesos revolucionarios en Alemania y en todo el resto de Europa. La historia del SXX hubiera sido completamente otra si no hubiera habido sectores que se oponían abiertamente a la continuidad de la, hasta ese momento, peor confrontación bélica de la humanidad, no porque creyeran que era una postura ética sino porque entendían que era la base para la reconstrucción de las fuerzas populares en una dirección revolucionaria.
Sin embargo, como si nada de eso hubiera existido, hoy se nos plantea que para defender una postura de vista “revolucionaria” debemos imponer la paz por las armas, que debemos llegar hasta Moscú para desterrar el peligro oligárquico desde su raíz. Nuevamente la fábula maniquea de un choque de civilizaciones antagónicas, nuevamente la fabula de que el mayor peligro para la democracia se encuentra en el Kremlin. Parece que hemos aprendido poco de los éxitos y fracasos del pasado y lo más triste de todo es que el argumento que esgrimen estos sectores se asemeja mucho a aquel que planteaba hacer la revolución por la conquista, que utilizó Stalin y sus aliadxs para imponer gobiernos títeres en todos los países del este en donde avanzó el Ejército Rojo luego de la Segunda Guerra Mundial.
La situación llegó a su paroxismo cuando algunos sectores de la izquierda extraparlamentaria manifestaron su apoyo a enviar armas a Ucrania con la esperanza de que ellas lleguen a grupos revolucionarios y favorezcan, de esa forma indirecta, una rebelión popular. Algo así como una versión 2.0 de la experiencia kurda en Rojava con el envío de armamento desde los EUA. En el caso de Ucrania estas propuestas se basaban en que al inicio de la guerra pequeños grupos de milicias independientes del Estado fueron armados y organizados con el objetivo de defender las principales ciudades y en especial a Kiev del avance del ejercito ruso. [13] La esperanza estaba puesta en que estas milicias contribuyeran a conformar un movimiento revolucionario opuesto el régimen de Selenski, sin embargo, lo que ha demostrado el desarrollo del conflicto es que estas milicias, son hoy completamente irrelevantes. Luego del fin del asedio a Kiev estos grupos fueron desarticulados o incorporados a las fuerzas regulares del Estado o a los grupos paramilitares oficializados.
Por ese motivo, actualmente las únicas fuerzas que se ven beneficiadas por el envío de armas y el financiamiento occidental son las del ejército oficial ucraniano, bajo las ordenes de un gobierno neoconservador, y las de los grupos de extrema derecha aliados al gobierno, como son el batallón Azov o el regimiento Kraken. Cabe recordar que estos últimos cobraron fama internacional por su desempeño como piezas clave en el proceso de represión que vivió el país luego del 2014 y en en especial fueron acusados de cometer crímenes de guerra contra la población civil en el enfrentamiento de baja intensidad contra las provincias separatistas pro-rusas en el Donbas. [14]
Creer que las armas por sí solas pueden contribuir a un cambio político en Ucrania es pasar por alto la ausencia en ese país del factor clave que representan las organizaciones populares de izquierda como únicas protagonistas posibles de una verdadera transformación social.
Por todo esto, consideramos que “se equivocan quienes desde la izquierda defienden la victoria militar del gobierno ucraniano o del gobierno ruso. Una victoria militar de Putin condenaría a Ucrania a la condición de semicolonia rusa. Si se mantiene el gobierno de Selensky, Ucrania quedaría reducida a la condición de protectorado estadounidense. No hay ningún resultado progresivo si la guerra continúa.” [15]
Actualmente el frente de guerra se encuentra prácticamente estabilizado, a pesar de pequeños avances y retrocesos, desde hace ya más de seis meses. El ejército ruso y sus accionistas son conscientes de que una derrota en el Donbas podría significar una extensión de la guerra dentro de las fronteras rusas que pudiera poner en cuestión la legitimidad de todo el gobierno ruso. Por su lado, Selenski y la burguesía ucraniana saben que la financiación de los recursos occidentales, de los que dependen para sobrevivir, solo llegarán si demuestran capacidad de continuar la guerra de forma exitosa. Finalmente, la OTAN, el gran director de la obra, no tiene nada que perder ya que los cadáveres que se apilan en el Este no llevan, por ahora, en sus uniformes ninguna bandera de los países que integran esa santa alianza.
Ante semejante ausencia de una posibilidad inmediata del cese de las hostilidades, es necesario destacar el valor geopolítico especial que tuvo el rechazo homogéneo por parte de los países latinoamericanos frente a la petición del gobierno alemán de contribuir al suministro de armamento. [16] En la frustración de la reciente gira de Scholz por la “zona de paz” latinoamericana se vislumbra una cuña en el conflicto geopolítico que resulta necesario apuntalar con el trabajo político desde abajo que exija el cese inmediato de las hostilidades, la recuperación de los territorios anexados por Rusia y una política de desarme de las potencias de la OTAN.
Es en esa misma línea es que celebramos las iniciativas de paz en Alemania mencionadas anteriormente y no por el mayor o menor acuerdo ideológico que podamos llegar a tener con sus protagonistas sino porque multiplicar esas experiencias significa generar el hiato social donde el trabajo político con los sectores más damnificados por la crisis inflacionaria desatada por la guerra –asalariadxs y migrantes– puede aspirar a convertirse en un movimiento popular.
Luego de un prolongado invierno en que los subsidios del gobierno alemán lograron contener la rabia social, la primavera llegó a Berlín y nuevas energías parecen abrirse camino entre la jungla de belicismo, pragmatismo y seguidismo político. Ahora toca avanzar para que ese tibio despertar primaveral, de la mano de manifestaciones masivas por el 1° de Mayo en muchas ciudades del país, se transforme en un verano de tórridas certidumbres entre las agrupaciones de izquierda alemanas y migrantes acerca de la necesidad de la paz en Ucrania como condición fundamental de la verdadera praxis política internacionalista.
[1] El presupuesto de equipos y armamentos que se enviarán al frente ucraniano en 2023, asciende a 2,4 billones de Euros. Alemania exporta más insumos bélicos que Francia y Gran Bretaña juntos y es superada únicamente, por supuesto, por los Estados Unidos. La extensa y detallada lista de las provisiones militares puede consultarse en https: //www.bundesregierung.de/breg-de/themen/krieg-in-der-ukraine/lieferungen-ukraine-2054514
[2] https://bloquelatinoamericanoberlin.org/2022/03/18/reflexiones-del-bloque-latinoamericano-berlin-sobre-la-guerra-en-ucrania/
[3] https://sipri.org/media/press-release/2023/surge-arms-imports-europe-while-us-dominance-global-arms-trade-increases
[4] https://www.csis.org/analysis/toward-new-lost-decade-covid-19-and-defense-spending-europe
[5] A nivel nacional los principales importadores de armamento son Catar (10% del total), India (9%) y Ucrania (8%), seguidos por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos (7% cada uno) y Pakistán (5%).
[6] https://www.boeckler.de/pdf/pm_ta_2022_12_13.pdf
[7] La industria y los sectores empresarios han sido los principales beneficiarios de los subsidios. Se prevé que el gasto público de estas medidas ascienda a 200 billones de Euros cfr. https://www.bundesregierung.de/breg-de/themen/entlastung-fuer-deutschland/strompreisbremse-2125002
[8] https://aufstand-fuer-frieden.de/manifest-fuer-frieden/
[9] https://frieden-und-zukunft.de/2023-04-01_aufruf-frieden-schaffen/
[10] En la discusión con lxs militantes polacos y en especial ante los argumentos de Rosa Luxemburg, Lenin planteó que defender la autodeterminación nacional era una consigna que debía aparecer en los programas de los partidos socialdemócratas. Ella no representaba una consigna revolucionaria en sí. Sin embargo, la conformación de un Estado nacional burgués autónomo implicaba mejores condiciones para el desarrollo de la lucha revolucionaria que eran preferibles a seguir bajo el manto imperial. En 1917, durante las negociaciones de Brest-Litovsk, la comitiva bolchevique, liderada por Trostky defendió una postura similar en los casos de Polonia y Ucrania frente al imperio alemán y austro-húngaro. Allí se planteó que defender el derecho a la autodeterminación no implicaba aceptar la autonomía de esos países bajo tutela del poder germano-austriaco. Ver https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/derech.htm
[11] https://jacobin.com/2022/02/maidan-protests-neo-nazis-russia-nato-crimea
[12] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1915/septiembre/08.htm
[13] https://english.elpais.com/international/2022-03-01/how-ukrainians-are-organizing-the-resistance-against-russian-invasion.html
[14] https://cnnespanol.cnn.com/2022/03/29/batallon-azov-ultraderecha-ucrania-orix/
[15] https://jacobinlat.com/2023/02/25/no-hay-solucion-militar-en-la-guerra-de-ucrania/
[16] https://www.pagina12.com.ar/520067-la-otan-presiona-a-america-latina-para-enviar-armas-a-ucrani