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Solidaridad con América Latina

El síntoma Milei

O la búsqueda por una restauración conservadora en América Latina

Los gritos se alzaban y su figura buscaba contener su espasmódica emoción. Javier Milei, quien obtuvo un tercio de los votos en las PASO realizadas el 13 de agosto en Argentina, intentaba controlar su desequilibrada performática frente al público en el acto del cierre de campaña. Bajo las consignas proféticas de “daremos fin a la casta parasitaria, chorra e inútil que inunda este país” y percibiéndose como “los únicos que queremos un verdadero cambio”, recalcaba que la “aberración llamada Justicia Social” es el máximo de los males frente a una Argentina dominada por el déficit fiscal. Con propuestas como cerrar el Banco Central, dolarizar la economía y la reducción radical de impuestos, Milei busca reencantar a un pueblo altamente dañado, pueblo que ha sufrido el deterioro de sus condiciones materiales de vida producto de las restricciones presupuestarias impuestas por la constante renegociación de deuda con el FMI. Sin embargo, el “síntoma Milei”, más que una expresión de la idiosincrasia rioplatense, forma parte de un esquema de restauración conservadora que opera como fuerza reaccionaria frente a las expresiones progresistas de las últimas décadas en América Latina. En esta breve nota proponemos explorar este camino, enfatizando una lectura regional para contrarrestar los intentos de coordinación internacional que parece caracterizar esta nueva expresión de la derecha latinoamericana.

La América Latina de los últimos 25 años ha navegado por aguas agitadas. Desde el retiro de las dictaduras contra-revolucionarias financiadas de manera directa por Estados Unidos, las bases ideológicas para la consolidación de un proyecto regional, con ejemplos en el proyecto bolivariano de Hugo Chávez, el “Sueño Ecuatoriano” de Rafael Correa o la consolidación de un proyecto de Estado Plurinacional en los primeros años de Evo Morales, se vieron enfrentadas a presiones que buscaban la apertura a la economía al mercado internacional de una manera desregulada. El Consenso de Washington fue la expresión de dicha pulsión de liberalización económica, dando cuerpo a una ideología neoliberal que, en su visión más moderada, observaba en el Estado un “mal necesario”, una institución social reducida a una dimensión puramente técnica que administre los servicios que el mercado no puede por sí mismo. Con todo, desde los años 1990 y bajo las presiones del FMI y el Banco Mundial, los Estados latinoamericanos fueron amoldándose a su posición en el mercado internacional en base de un tipo de política fiscal que los condenó a estructuras monoproductoras de materias primas, en los que cualquier proyecto que buscase procesos de capitalización bajo una orientación alternativa eran constreñidos por los compromisos respecto a tasas de interés, tipos de cambio, privatización de empresas estatales y la desregulación del mercado que estaban a la base de los compromisos de deuda.

En este contexto, los esfuerzos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador formaron una alternativa frente a la claudicación completa a la integración económica mundial, pero fracasaron en dos aspectos. Por una parte, fracasaron en la consolidación hegemónica de sus proyectos ideológicos que en el largo plazo sostuviera un proyecto de orientación socialista desde una perspectiva latinoamericana. Por otra, no lograron desarrollar una matriz productiva diferente a la industria extractiva a gran escala, situación que terminó por enfrentar este tipo de proyectos políticos con movimientos de orientación ecologista que hasta la actualidad dificulta darle continuidad de un horizonte de izquierdas en la región. Así, con proyectos progresistas en dimensiones políticas, pero económicamente presionados o integrados de manera periférica a la economía mundial, gran parte de los pueblos latinoamericanos sufrieron la ausencia de un Estado que permitiera solucionar sus necesidades más básicas, cultivando con ello un escenario de apatía política que hoy están pasando la cuenta. A partir de aquí, era cuestión de tiempo que personajes conservadores buscaran capitalizar la disonancia entre las promesas progresistas incumplidas y las condiciones materiales de vida, sobre todo en personas que participan de la vida pública mediadas a través de medios de comunicación masivos y plataformas de interacción virtual que, producto de sus propias estructuras, las restringen a espacios de discusión que operan como cajas de resonancia.

Así, con la intención de mantener sus ventajas como clase mercantil o de especulación financiera, las nuevas manifestaciones de las derechas en la región han salido a la ofensiva, pues ven en este escenario de apatía a la actividad política un terreno fértil para la consolidación de sus proyectos elitistas, conservadores y neoliberales. Utilizan los proyectos progresistas ahogados económicamente como contraejemplo. Y si bien es cierto que los pueblos en Venezuela, Nicaragua o Cuba sufren, obviar el rol que las restricciones económicas impuestas por la comunidad internacional tienen sobre ellos es una simplificación inaceptable. Sin embargo, para las actuales derechas su simplificación opera como estrategia comunicacional para indicar que cualquier proyecto alternativo al originado en el Consenso de Washington es inviable. Y, así como en antaño, no escatiman en intimidar, culpando al comunismo internacional, marxismo cultural o cualquier eufemismo que funcione como herramienta comunicativa de viralización.

Por ejemplo, la noche del 13 de agosto mientras Milei celebraba, Carlos Larraín, expresidente del partido Renovación Nacional en Chile, indicaba en un programa político de alta audiencia que “al gobierno [de Gabriel Boric] hay que apretarlo hasta hacerlo gritar”, haciendo eco de las palabras dichas por Richard Nixon al momento en que Henry Kissinger le notificaba que Salvador Allende había sido electo por el pueblo de Chile en 1970. Por su parte, el escenario de “muerte cruzada” impulsada por Guillermo Lasso en Ecuador es un ejemplo de dicha radicalidad, en la que frente a la tensión social originada por las imposiciones del FMI lo llevaron a decidir por la destitución de la totalidad del Congreso Nacional y llamar a nuevas elecciones. A la destitución de Dilma Rousseff en 2016 y el golpe de estado en Bolivia de 2019, se suman el golpe de estado en Perú de 2022 que posicionó a Dina Boluarte como presidenta interina apoyada por un congreso fuertemente fujimorista, los resultados electorales relativos a la disputa constitucional en Chile en 2022 y 2023 en que se rechazó un proyecto de constitución progresista y se conformó un Consejo Constitucional bajo la tutela del Partido Republicano (liderado por José Antonio Kast), el constante ataque comunicacional que sufre Gustavo Petro en Colombia, el escenario convulso de las elecciones de Guatemala y, como último corolario, los resultados de las PASO en 2023 que posicionan a Javier Milei como referente. Independiente de los vaivenes electorales y de las coyunturas nacionales, los esfuerzos que la derecha latinoamericana está realizando para lograr una restauración conservadora y neoliberal son evidentes.

Para comprender estos movimientos, es importante que despejemos lo evidente. Centrarnos en la dimensión populista[1] [2]  (que algunos, sobre todo Milei, presentan) no aporta a la discusión, pues reduce el problema a una cuestión de estilo discursivo. Nos parece más relevante indagar sobre las causas estructurales que permiten que este “tipo” de discursos tengan éxito. En esta dirección, ¿cuáles son los aspectos que le permiten a discursos de orientación conservadora y anarco-liberal consolidarse como alternativas políticas para importantes sectores de la población en América Latina? Vemos dos elementos a destacar. Por una parte, la hegemonía neoliberal que han sufrido gran parte de los pueblos latinoamericanos, en los que, frente a un estado presionado a restringir su acción, no experimentan una retribución social en dimensiones como la seguridad, derechos sociales o sistemas de seguridad social que permitan una reproducción de la vida digna. Mientras que, por otra, el predominio de los modos de interacción, mediados por plataformas que incentivan un tipo de interacción basada en la búsqueda de la atención, han provocado que los espacios de discusión pública se reduzcan a “manifestaciones individuales” representadas por likes, retweets e histories que restan a las personas de enfrentar argumentos que permitan la construcción colectiva de soluciones.

De esta manera, la conjunción entre Estados restringidos, una sociedad hegemonizada por un individualismo cultural que limite las discusiones públicas, pues se vincula a la política desde la confirmación de sus sesgos y, por último, el ataque feroz a cualquier proyecto alternativo bajo el miedo al “comunismo” ejemplificado en los países que han sufrido diferentes niveles de bloqueo económico, abre el camino a discursos como el de Jair Bolsonaro, José Antonio Kast, Javier Milei o sus diferentes variantes en la región. No debería llamar la atención que, a su vez, estos actores estén articulados internacionalmente, no sólo en América Latina sino con redes europeas y de Estados Unidos. Por ejemplo, la Carta de Madrid, coordinada por VOX en España, da un mínimo ideológico común (de corte conservador) y fue firmada por todos los actores nombrados. Conocidos son los vínculos entre estos actores y el Rassemblement national de Marine Le Pen en Francia, Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, el Fidesz-Unión Cívica Húngara de Viktor Orbán, la Alternative für Deutschland en Alemania o los Republicanos en Estados Unidos, actores articulados a través de instancias como la Conservative Political Action Conference de Estados Unidos, la Edmund Burke Foundation o la National Conservative Conference realizada en Roma en 2020, por nombrar algunos. Si bien es cierto que la derecha extrema en Europa no tiene, en su mayoría, una orientación neoliberal, entendemos que esta diferencia (fundamental) con respecto a la latinoamericana está dada por su posición en una economía neocolonial, en la que las élites latinoamericanas se benefician de una máxima apertura comercial, mientras que las europeas se encuentran sostenidas en orientaciones nacionalistas de tendencia proteccionista.

Con todo, ¿cómo hacer frente a esta ola reaccionaria de las derechas en América Latina? ¿Qué tipo de articulación podemos encontrar con nuestra acción política en Alemania y Europa? Partimos por posicionarnos lejos de una actitud que responsabilice al electorado. Las causas de su malestar están basadas en experiencias materiales a las que los proyectos políticos socialistas o progresistas no han logrado ofrecer alternativa. Si actores como Javier Milei logran avanzar en elecciones democráticas es porque algo en su discurso hace sentido a realidades concretas, e independiente que estos estén muchas veces sostenidos en desinformación y noticias falsas, el desafío está en buscar construir canales de comunicación populares que permitan hacer frente a estos flujos de información. Por su parte,  y a nivel institucional, las negociaciones kirchneristas con la extrema derecha le han abierto camino a estos personajes como interlocutores válidos. Este es uno de los principales resultados a nivel regional de la emergencia de estos nuevos actores: el movimiento ideológico de las derechas mercantilistas y financieras hacia modelos autoritarios basados en orientaciones anarco-liberales, que ven en el Estado un botín para la desarticulación de la sociedad. Con todo, vemos que la construcción de proyectos colectivos que faciliten la formación de bases productivas diferentes a la neoliberal-consumista estará condicionada por la capacidad que tengamos las organizaciones socialistas de proyectar dos escenarios. Por una parte, la organización social basada en el fortalecimiento de los derechos laborales en economías fuertemente flexibilizadas y el fomento a organizaciones de producción cooperativa, de corte ecologista y feminista. Por otra, una articulación internacionalista que permita enfrentar la ola de restauración conservadora basada en medios de comunicación.